El impacto de Patria la puso en el mapa, aunque muchos ya la conocían gracias a la televisión, Goenkale y El secreto de Puente Viejo. Ahora, estrena La buena letra, tercera película de Celia Rico Clavellino (Los pequeños amores), como protagonista absoluta en otro papel que puede marcar de nuevo su carrera. Hay un antes y un después de Patria en la trayectoria profesional de Loreto Mauleón (Burgos, 1988). El impacto de la adaptación seriéfila de la novela de Fernando Aramburu dominó la conversación durante meses, en la prensa y en las redes sociales, y ella fue una de las grandes beneficiadas de esa exposición mediática.
La suya era una de esas interpretaciones que permanecen en la memoria. “Llevaba ocho años trabajando, y muy feliz, pero se estrenó Patria y, de repente, tuvimos una visibilidad enorme. Sabiendo que el libro se había leído muchísimo, no éramos conscientes de la repercusión que podía tener”, recuerda.
En una industria siempre atenta a los nuevos rostros, el de la protagonista de estas páginas cambió su cotización para bien, y en los últimos tiempos ha encadenado proyectos y personajes. En algún momento, la cosa se desmadró aceptando trabajos que, incluso, se solapaban: “Recuerdo cuando, de repente, me vi haciendo teatro en Madrid, y a la vez rodaba una serie en Málaga y empezaba una peli en Barcelona. Ya no era que tuviera tres trabajos, es que eran en tres ciudades distintas. Me pasé tres o cuatro meses en un tren. Mi vida era esa y mis espacios personales no existían. Fue por decisión propia, pero me dije que eso era demasiado.
No puede ser porque tampoco llegas a todo como quieres llegar”. Y continúa: “La profesión es como es y yo tengo muchas amigas y amigos talentosos que no están trabajando. Tú ves la oportunidad, ¿cómo vas a decir que no? Supongo que hay algo del miedo a desaprovechar el momento, también depende del punto vital y profesional en el que estás”, confiesa.
Desde fuera, y hablando de momentos y puntos, el de ahora parece buenísimo: estrena La buena letra, aparece en 8, de Julio Medem, y rueda una película de la que, al cierre de estas páginas, no se puede contar más que el cambio de registro que supone una comedia de enredos para una actriz que ha interpretado mucho drama. “Me encanta ser Doña Tragedias, ¡lo que me gusta a mí una lágrima! pero está muy guay colocarme en lugares nuevos que no había imaginado. Me lo estoy pasando muy bien”.
Nacida en Burgos casi por accidente, pero donostiarra por los cuatro costados, Loreto Mauleón recoge ahora los frutos de más de una década de trabajo. Curtida en la escuela de las producciones televisivas diarias, ha brillado en cine (La quietud en la tormenta, Los renglones torcidos de Dios, La ermita) y series (La chica de nieve, Express, Detective Touré, Querer), pero es ahora, con el nuevo largometraje de Celia Rico Clavellino, cuando da un salto adelante. En La buena letra, adaptación de la novela de Rafael Chirbes, comparte protagonismo con Roger Casamajor, Ana Rujas y Enric Auquer. Y da vida a Ana, una mujer de la posguerra que, siempre silenciosa, siempre discreta, trata de sacar adelante a su familia.
Con La buena letra, Celia Rico retrata a tantas y tantas mujeres que se sacrificaron en un momento de miseria absoluta. Sí, la película es un homenaje personal de Celia a esas madres, abuelas, tías… que sostenían el hogar. Sigue siendo así, por supuesto, pero en plena posguerra no había espacio para nada más. Nos hemos adentrado en la época a saco. Y ha sido un proceso muy bonito, leyendo muchas cosas, aprendiendo a coser, el tema de la cocina…
Los guisos que prepara tu personaje tienen mucha importancia en la película. No necesité clases de cocina, porque, como buena vasca, he tenido grandes maestras en casa. Mi madre cocina muy rico, mi abuela también, y es verdad que hay algo innato, de observar y aprender. No es que yo hiciera los guisos que salen en pantalla, pero es verdad que en casa me hacía las recetas enteras, para familiarizarme con el personaje. Y fíjate que la tortilla de patatas con cáscara de naranja que hace Ana en la película no está nada mal. Aunque puede que fuera por el hambre que pasé, porque me pusieron a dieta y todo me sabía a gloria.
Ya tenemos titular: Celia Rico te hizo pasar hambre.
No vamos a engañar a la gente. Sí, pasé, pero mereció la pena. Cuando terminé el rodaje descubrí una cantidad de antojos que no había tenido en mi vida [risas].
¿Cómo definirías la película?
Es difícil de definir… Diría que refleja cómo es el ser humano ante una situación crítica. Más allá del contexto histórico, creo que, ante un momento de crisis, económica, sanitaria, tendemos a posicionarnos y a actuar de una forma muy concreta que dice mucho de nosotros. En este caso, en una situación de miseria y hambre, ahí están las heridas del alma absolutamente abiertas. Hay alguien que sacrifica sus deseos y sueños, incluso su comida, por mantener unido al resto. Y hay quien, y no lo hace por maldad, es capaz de pasar por encima de los demás para tirar adelante y mejorar sus condiciones de vida.
Tu personaje mira muchísimo y calla aún más. Miradas y silencios. ¿Fue un reto extra?
Es verdad que tenía poco texto. Es más importante lo que Ana no dice que lo que sí dice. Pero había un punto en el que, de tanto usar la mirada, ya no me hacían falta las palabras. Creo que viene de la manera en la que Celia dirige. No sé muy bien cómo explicarlo, pero genera un contexto anterior a las secuencias, y una preparación con la que nunca te sientes desnuda, todo lo contrario. Nunca he conocido tanto a un personaje antes de empezar la película. Celia es tan delicada contando las cosas, y tan minuciosa incluso en los gestos minúsculos… Es que estoy absolutamente enamorada de Celia.
Ya le he dicho que estoy para lo que quiera, voy a dónde ella me diga. Aunque no sea para trabajar como actriz. Como persona es maravillosa, pero es que además es muy inteligente, muy empática y sabe muy bien cómo dirigirse a los actores. Porque nosotros también somos un mundo.
Como ocurrió con Patria, ¿puede La buena letra ser un punto de inflexión profesional?
No lo sé. Respecto a la profesión, siempre he intentado ser muy realista, igual en exceso. Tiendo a relativizarlo todo mucho. Creo que esto es un poco vasco. Sí, creo que esta no es cualquier película. Para empezar, porque es un protagonista, estoy todo el rato en pantalla.
Después de verla le dije a mi representante: “Me he empachado de verme a mí misma” [risas]. También soy consciente de cuál es la situación actual del cine. Y eso no quita la ilusión, pero sí es verdad que todo es tan difícil, con tantos estrenos… No tengo expectativas, aunque sé que es un trabajo bonito y estoy contenta.
Personalmente, sí, ha sido un proyecto especial. Llevo 17 años trabajando, y siento que esta película es importante, sobre todo por el proceso: aunque suene muy cursi, a estas alturas de mi carrera, si no disfruto del proceso, el resultado me da absolutamente igual. Bueno, importarme me importa, porque al final mi cara va a estar ahí.
Pero es que no puedo no implicarme, y si siento que no puedo realizar mi trabajo en condiciones, me frustro, y quizás el resultado no me importa tanto. En todo caso, el proceso de La buena letra fue muy enriquecedor. Yo me despertaba todos los días con un humor maravilloso, entonces ya merece la pena todo.
Creo que eres ingeniera de obras públicas. ¿De dónde viene la vocación de la interpretación?
Pues no lo sé [risas]. Yo había hecho teatro desde siempre, en la ikastola había escuela de teatro. Y me encantaba todo lo que tenía que ver con bailar, cantar, actuar, pero como hobby.
Nunca me lo planteé como un oficio. Entonces llegó el momento, con 16 años, de decidir una carrera y mi futuro, y no tenía ni puñetera idea. En el instituto me pasaba el día entero con el orientador, intentando descubrir qué podía ser lo mío. Estaba perdida. Y sacaba muy buenas notas, y en casa me daban total libertad, cero presión. Acabé haciendo Ingeniería de Obras Públicas pensando que ganaría tiempo para saber qué quería hacer. Ya estando en primero, empecé a hacer doblaje, cursos de teatro, y me empezó a gustar, me salió una película… me fui metiendo sin ser demasiado consciente. Cosa del destino. Es que tuve un comienzo bastante sencillo para lo que es esto, fue dándose sin que yo tuviera ningún tipo de ansiedad.
La vida me lo puso fácil en ese sentido, y más cuando me salió un papel en Goenkale, una serie diaria en EITB. Estuve cuatro temporadas y tuve la gran potra de que en los veranos me salían películas. Y ya lo vi claro cuando me salió trabajo en Madrid y me fui para allá.
El secreto de Puente Viejo.
Exacto. Iba para una temporada y acabé haciendo mil y pico episodios. Y me quedé en Madrid. Hasta hoy, hace 13 años.
Me da la sensación de que eras el prototipo de buena chica, responsable, estupenda estudiante… Absolutamente, tal cual. Y métete en esta profesión, que es todo lo contrario, ¿no? Y llegar a Madrid fue flipante, claro. Yo venía casi de un pueblo y de vivir con mis padres. La gente del rodaje se convirtió en familia. De repente, abrir la mente…
¿Y soltarte el pelo?
Buf… No te creas, eh. No me lo solté mucho. Y ya podía, pero no me salía. No soy así [risas]. Pero sí, supuso una apertura. Y mucho trabajo. Porque en El secreto de Puente Viejo se trabajaba mucho, mucho.
Las diarias son series mediáticamente denostadas, o más ignoradas que otra cosa. Pero también, una gran escuela… Yo las reivindico siempre. Y creo que Puente Viejo es una cosa de las más gordas que he hecho. Son una escuela bestial por la que ojalá pudieran pasar la mayor parte de actores y actrices, porque haces un callo increíble.
Acabas solucionando situaciones en 10 minutos. Nosotros rodábamos un capítulo al día, una pasada. Y simultáneamente en dos platós, íbamos corriendo de uno al otro, con cambios de vestuario, carreras, como el teatro, pero sin ensayos [risas]. No tienen repercusión a nivel de prestigio, pero te dan una cosa muy guay…
¿Cuál es?
Que haces compañía a mucha gente, normalmente de una determinada edad, que está muy sola. Te paran por la calle, te felicitan y agradecen. Más allá del producto que hagas, esa repercusión es súper bonita. Pero, sobre todo, es que aprendes muchísimo, te dan unas tablas de la leche. Después llegas al rodaje de una película y en medio segundo eres capaz de llorar, reír, saltar, correr y decir un texto así de largo.