Sueñan los androides… Con días en la playa de amistades y diversión. Con paseos por Nueva York en otoño. En Robot Dreams, de animación y muda, Pablo Berger (Blancanieves) sigue haciendo realidad sus sueños de un cine muy personal.
Por Irene Crespo
Pablo Berger habla siempre de su carrera cinematográfica “como un acto circense”. “Me siento casi como un acróbata, porque cada película es un número que tiene que superar el anterior”, cuenta, sentado una mañana de otoño en una librería en Madrid. Una mañana cargada de entrevistas y, aun así, de las pocas que tendrá por aquí tranquilas antes de iniciar la promoción internacional de su último filme, o última acrobacia, Robot Dreams. La adaptación de la novela homónima de Sara Varon, sí, es “el más difícil todavía” de y para Berger. O, al menos, es un título muy diferente e inesperado, pero dentro de esa diversidad y de ese giro de timón, dentro de ese placer por disfrutar el riesgo, el director bilbaíno tiene una coherencia aplastante en su destacada filmografía. “Para mí es casi como un estilo de vida, porque si no hay reto, si la dificultad no me atrae… Entonces, como hago tan pocas películas, intento que cada película sea algo muy diferente, sobre todo en lo formal”, explica.
De la comedia que inició su autobautizada Trilogía Ibérica (“En homenaje a mi admirado Bigas Luna”), Torremolinos 73 (2003) , a la versión del clásico de Blancanieves (2012) como un cuento de casi terror en blanco y negro y muda, al cierre de este trío de filmes, radiografías de una cierta España, que fue Abracadabra (2017), llegamos ahora a una cinta de animación también muda y ambientada en el Nueva York de finales de los 80.
¿Qué podrían tener en común esas cuatro películas? Mucho. “Yo siempre hablo de emoción, humor, sorpresa, música y una historia de amor”, responde Berger. En sus historias siempre, siempre hay corazón. Hay empatía y simpatía por sus personajes, a los que escribe con admiración. Ya que la escritura sigue siendo la parte favorita de este soñador de historias.
Y aunque Robot Dreams es la primera de ellas que no es una historia original, tuvo “carta blanca” de la autora para crear libremente, primero, “un guion literario” en el que se prolongó un año; y, después, “un guion dibujado”. Y, mientras escribía, como siempre, trabajaba con música y casi como un músico de jazz, siempre con una melodía central presente y con la consciente libertad de alejarse tanto como le apetezca sabiendo dónde volver. “La razón de hacer esta película es la melodía, que es el tema central, que me obsesionaba: la amistad, las relaciones, la fragilidad, la superación”, relata.
Berger ya conocía el libro de Varon, pero cuando volvió a releerlo tras Abracadabra se sorprendió llorando al llegar al final. “Lágrimas reales”, especifica. Y para un director como él, que imagina historias empezando por el final era todo lo que necesitaba. “Yo creo que las películas son el final y Robot Dreams tiene un final tan maravilloso que merecía todo el esfuerzo de hacer una película de animación: estar cinco años de mi vida por ese final”. Él jamás se había imaginado antes haciendo una película de animación, aunque, entre sus favoritas de la historia de la historia del cine, mencionaría títulos animados. Y la experiencia, aunque novedosa, ha sido tremendamente satisfactoria: el proceso de la animación logra cumplir sueños.
“Sin duda, es la película de las que he hecho que más se acerca a la que soñé”, asegura. Y acompaña en seguida esta afirmación con una reivindicación y reclamo: “Como dijo Guillermo del Toro al recoger el Oscar por Pinocho: el cine de animación no es un género, es un medio para contar historias. Y eso tenemos que repetirlo como un mantra”. Como tampoco es sólo cine para niños. Berger pide desterrar prejuicios no ya para que Robot Dreams esté considerada entre películas de acción real, sino, y sobre todo, para que sus colaboradores sean tenidos en cuenta en sus categorías: “Quiero que mi montador Fernando Franco, mi diseñadora de sonido, Fabiola Ordóñez o mi músico Alfonso de Vilallonga estén considerados por académicos y premios”. Y, sin duda, el propio Berger y su mano derecha, el director de animación, José Luis Ágreda (“Si Trueba tiene a Mariscal, yo tengo a mi Ágreda”, dice) también deberían encontrar su hueco.
Para Berger, todas sus películas anteriores le han preparado para Robot Dreams. En ella, mirando más de cerca, está toda su cinefilia (“A veces digo que el filme es como un Encuentra a Wally, lleno de easter eggs”), está su amor a Nueva York, donde se formó y pasó una década (“Yo fui Dog, viví con mi mujer en ese mismo apartamento”). Por eso, dice con seguridad y tranquilidad que esta historia, a priori inesperada, es su película más personal. Y es, sin duda, la consolidación de su coherente y brillante acto circense.
Fotos: Jeremy Chan y Gareth Cattermole (Getty Images)