Albert Serra estrena ‘Tardes de soledad’, una observación del toreo sin precedentes: “Hoy en día provocar ya no tiene ningún sentido”

Tardes de soledad

Albert Serra ganó la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián con su primer largo de no-ficción, Tardes de soledad, una observación del toro, el torero y el toreo sin precedentes, tan brutal como poética.

"Hoy en día provocar ya no tiene ningún sentido”, afirma Albert Serra para explicar cuáles son los motivos –o, mejor dicho, cuáles no son– por los que decidió que el primer documental de su filmografía trataría de un asunto tan controvertido como la tauromaquia. “Como dijo Michel Houellebecq, un provocador es alguien que quiere sacar provecho de lo que dice”, continúa el de Banyoles (Girona).

“Yo no soy así. Mis películas poseen una lógica interna y tienen detrás de sí justificaciones formales y filosóficas complejas. Me da igual tener más o menos éxito, y no me importa lo que la gente opine de mí. De lo contrario no asumiría los riesgos que asumo”. En concreto, Tardes de soledad retrata al peruano Andrés Roca Rey, uno de los más aclamados diestros en activo, tanto dentro del ruedo frente al toro –Serra acompañó al torero en una sucesión de corridas en ciudades como Madrid, Sevilla y Bilbao– como durante las rutinas que sigue antes y después de meterse en él. En el proceso, captura tanto la valentía como la pasión, tanto la solemnidad como la violencia y tanto la desesperación como la tragedia que caben en la plaza, condensados incluso en el transcurso de un solo momento.

¿De quién es la soledad mencionada en su título, evocador de la Muerte en la tarde que Ernest Hemingway escribió en 1932 a modo de exploración lírica del toreo? ¿Es la del hombre que se planta en medio de la arena dispuesto a morir enfrentándose a una amenaza indomable o es la de la bestia que pierde la vida lentamente mientras el público aplaude su muerte?

“La interacción entre el torero y el toro me parece casi como un baile, algo muy íntimo, y eso hace que, al contemplarlos, uno se sienta como un testigo indiscreto”, explica Serra, que se confiesa intrigado por el tipo de ideal que puede llevar a los toreros a poner su vida en juego como lo hacen. “En un momento de la película, alguien grita, ‘¡La vida no vale nada!’, y lo que quiere decir con ello es que es importante derrocharla si hace falta en pos de algo que merezca el sacrificio; de eso van los toros. Utilizar la vida simplemente para conservarla es algo burgués”.

Ganadora de la Concha de Oro a la mejor película en el pasado Festival de San Sebastián, Tardes de soledad se centra, sobre todo, en cuánto tiene la tauromaquia de experiencia estética y ritualística. Vemos a Roca Rey besar un rosario antes de colgárselo alrededor del cuello o tocar una estampa de la Virgen antes de santiguarse; se nos muestra el tortuoso proceso que requiere embutir al diestro en el traje de luces; contemplamos cada una de sus contorsiones corporales y de sus histriónicas muecas mientras arrastra al toro de un lado al otro del capote.

“No me interesa su vida cotidiana”, aclara el director. “Sólo me importa el contexto de la corrida, que es el espacio donde afloran el compromiso, el culto y la sombra de la muerte”. En escenas de comicidad sin duda deliberada, también formamos parte de los viajes en la furgoneta que transporta al maestro entre la plaza y el hotel, durante los que él se abstrae del torrente de comentarios efusivos que le dedican los miembros de su cuadrilla, maravillados de su talento y de su volumen testicular.

Pese a que esta es su primera película de no-ficción, Tardes de soledad exhibe varias de las  mismas características de las que Serra ya dotó a títulos como Honor de cavalleria (2006), Història de la meva mort (2013) y Pacifiction (2022): planos largos y a menudo fijos, repeticiones, silencios contemplativos y una atmósfera cercana a lo onírica son algunas de ellas. “He querido proponer al espectador una forma de experimentar la corrida completamente nueva, totalmente distinta del tipo de imágenes de toreo que ofrecen las realizaciones televisivas”, explica el cineasta, que en el transcurso de la película no se molesta en trazar un arco narrativo, ni contextualiza las imágenes con comentarios explícitos o entrevistas. “Cuando empiezas a servir a una causa temática o ideológica vas simplificando la complejidad de las imágenes porque quieres que se presten a defender una opinión concreta; yo he querido ofrecer un retrato objetivo, la polémica la pone la gente”, añade.

La película no es ni una celebración de la tauromaquia ni un argumento en contra de su existencia; y, por tanto, tiene potencial para generar descontento tanto entre taurinos como entre animalistas. En su día, el partido PACMA intentó que su estreno en el festival donostiarra fuera cancelado.

Francamente, me parece un poco ridículo que se pretenda censurar una obra de arte simplemente porque aborda un asunto determinado. Por esa regla de tres, todos los retratos pictóricos de gente mala deberían ser retirados de los museos”, lamenta Serra; él, para que conste, se declara partidario del toreo. “Cuando era pequeño fui a bastantes corridas con mi padre, que era un gran aficionado. Y me gustaría que la fiesta no se prohíba; si se trata de proteger a los animales, que nos obliguen por ley a todos a ser veganos, ¿no? La película demuestra que el toreo no es una broma, ni un mero entretenimiento, sino algo trascendente. Ahora bien, ¿es bueno que exista? Que cada cual opine lo que quiera”, sentencia.

Quienes no busquen en Tardes de soledad razonamientos con los que reforzar sus posturas ideológicas sino otro tipo de estímulos, encontrarán en ella una propuesta visual y sonora deslumbrante, hipnótica y brutal; es necesario advertir, eso sí, de que a lo largo de su metraje se muestran las muertes de varios toros en primer plano y con todo detalle. “Hay dos cosas acerca del toro bravo que la gente no tiene en cuenta”, comenta Albert Serra al respecto. “La primera es que tiene una genética única que explica su especial agresividad y el hecho de que nunca se amanse ante un castigo. Y la segunda es que no es consciente de que va a morir en el ruedo, ni siquiera sabe lo que es la muerte. Si digo que hay algo bello en su muerte en el ruedo dirán que soy un majara, pero sí diré que hay algo poético”.

Fotos: Carlos Álvarez-Getty Images

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