★★★★
Por Davide Stanzione
Tras el experimental Una noche sin saber nada (que se podrá ver por fin en cines el próximo 31 de enero), presentada en la Quincena de Cineastas en 2021, la directora india Payal Kapadia, de 38 años, firma su segundo trabajo, La luz que imaginamos, dedicándose a un cine más tradicional, pero también más íntimo, en el que lo que emerge es una poderosa sensibilidad femenina al narrar los acontecimientos de algunas mujeres en Mumbai, entre deseos latentes y una geografía compleja de deseo y cuidado.
Prabha (Kani Kusruti) es una enfermera de Mumbai cuyo marido se ha ido a vivir a Alemania. Comparte piso con otra compañera de profesión, Anu (Divya Prabha), que tiene un amante musulmán Shiaz (Hridhu Haroon), que no agrada a su familia hindú. Las dos buscan su lugar en la inmensa metrópoli y se encontrarán en una escapada juntas a una ciudad costera, un viaje que se convierte en un espacio libre para sus sueños y planes de futuro.
Segunda película india estrenada a competición en la historia del Festival de Cannes, 30 años después del último precedente, Swaham de Shaji N. Karun, La luz que imaginamos es, desde el título, una reflexión sobre la redefinición de la luz, elemento fundacional de la cinematografía que se presta a reflexiones ontológicas sobre la naturaleza misma del séptimo arte.
Kapadia no tiene, sin embargo, ninguna ambición teórica y la suya es una película hecha sobre instancias epidérmicas, de toques y alusiones, de jirones y fragmentos de la vida cotidiana que cruzan las trayectorias con una sensibilidad impalpable en los aspectos existenciales de los personajes femeninos en el centro de la historia. El resultado es una obra que tiene la apariencia de una emanación, de un estudio de personajes que también logra interceptar la visión antropológica de una ciudad extensa e inhóspita e, inevitablemente, también de una porción bien definida del mundo y de la sociedad.
Un papel importante en el poder cinético de La luz que imaginamos lo desempeña la música del joven editor y compositor Tosphe, que alcanza su cima personal en los créditos finales, para llenar los ojos, los oídos y el corazón de los espectadores que se queden. Ahí se encuentra el lamento melancólico por cómo las parábolas narrativas de la película se disuelven finalmente en un abrazo final y contemplativo.
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