Crítica ‘Love Lies Bleeding’: sexo, drogas y culturismo

Love Lies Bleeding

★★★★/★★★★★

Por Davide Colli

Con sólo dos largometrajes en su haber, quizá sea pronto para declararlo, pero ya desde este par de trabajos queda claro que a la directora Rose Glass, británica nacida en 1990, le interesa el exceso de religiosidad y sus efectos degradantes.

En su debut, Saint Maud, de A24, esta actitud se estudiaba en su contexto más habitual. La intensa espiritualidad de la protagonista pronto florece en fanatismo e incapacidad para distinguir la realidad de la ficción, lo que conduce al fracaso del personaje a la hora de integrarse en el tejido social y a otras consecuencias inevitables. Por mucho que la crueldad del epílogo permitiera a la película distinguirse por su enfoque estilístico y hacer que los ojos de todo el mundo se volvieran hacia su directora y sus próximos pasos, Saint Maud no indaga en temas nunca explorados.

Se podría acusar a Love lies bleeding de la misma simplicidad de contenido, como de la misma trama resuelta de inmediato; sin embargo, esta segunda obra consolida la fascinación de la joven autora por los individuos absortos en sus propias creencias, llevando esta condición a un terreno más insólito.

En un gimnasio de los suburbios estadounidenses de los años 80, Lou (Kristen Stewart), la propietaria del edificio, se embarca en una apasionada relación amorosa con Jackie (Katy O’Brian), una ambiciosa culturista obsesionada con perfeccionar su cuerpo, otro sueño americano desviado. Alrededor de esta enfermiza necesidad de mejora física constante están los turbios asuntos de Lou Sr (Ed Harris), el repudiado padre de Lou.

Pasamos así de la búsqueda imposible de la inmaculabilidad del alma a la persecución de una corporalidad sobrehumana, ambos deseos inalcanzables que llevan a los respectivos individuos a la histeria. La fenomenal interpretación de Katy O’Brian consigue dar vida al personaje de Jackie, una mujer convertida en bestia por sus ideales e intentos desesperados de convertirse en la mejor versión de sí misma.

A su lado, Kristen Stewart lleva a la gran pantalla la contrapartida de Katy: una protagonista derrotada, aplastada por una identidad y una experiencia que no le pertenecen, introyectada a la fuerza por una presencia paterna evidente y tóxica.

Estos dos físicos antitéticos se encuentran y chocan, metafóricamente y de otro modo, con un resultado final decididamente erótico, amplificado por una cierta versatilidad detrás de la cámara. El dinamismo de Rose Glass, que no descarta ni las ideas y soluciones visuales más absurdas y anacrónicas, entretiene eficazmente al público, además de resultar funcional en el mensaje que quiere transmitir.

Love Lies Bleeding no sólo muestra una particular perversión hacia el realce físico, sino que también muestra la otra cara de la moneda: la aceptación del cuerpo femenino como medio para vencer la opresión masculina. Las pistolas, extensión corporal inmediata del hombre y equipo esencial para el trabajo de Lou padre, se contraponen a menudo a la figura descomunal de Katy, que quiere hacerse su propia arma con la que vencerá a las presencias malignas que se oponen a su recién nacido amor.

Rose Glass se acerca más que ningún otro autor a la poética de David Cronenberg, radicalizándola con Love Lies Bleeding a un contexto real y a las urgencias de hoy.

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