Crítica: ‘Nina’

Crítica: ‘Nina’

★★★½/★★★★★

Por Pelayo Sánchez

Nina decide volver al pueblo costero donde creció, con una escopeta en el bolso y un objetivo: vengarse de Pedro, un famoso escritor al que el pueblo rinde ahora homenaje. El reencuentro con su lugar de origen, con sus recuerdos del pasado y con Blas, un amigo de la infancia, le hará replantearse si la venganza es su única opción.

En su segundo largometraje, la cineasta Andrea Jaurrieta (Ana de Día) construye una sólida narración a dos tiempos que, en la alternancia entre presente y pasado, permite al espectador rastrear las huellas del trauma que arrastra su personaje principal. El gran atractivo de Nina, además de en las excelentes interpretaciones de sus dos actores protagonistas (Patricia López Arnaiz y Darío Grandinetti), reside en su exquisito entramado formal, concretamente en la manera en que Jaurrieta, sin llegar a alejarse nunca por completo del realismo, coquetea (de forma sutil, sin pasarse de posmoderna) con los códigos propios de diferentes géneros cinematográficos: del melodrama al noir pasando por el thriller psicológico o el western

Sirviéndose de tales recursos, y dosificando sabiamente la información en un guion de hierro plagado de vericuetos que demuestra, además, un muy inteligente manejo del punto de vista, la cineasta retrata de forma apabullante el desolado paisaje interior de su protagonista. Lo hace desde los códigos puramente cinematográficos, mediante un detallado diseño de la puesta en escena donde cada encuadre, cada óptica, cada fuera de campo y cada recurso musical y sonoro están al servicio de la construcción de un estado mental alucinado. Y es mediante esta aproximación de carácter psicológico a la realidad como emerge con más fuerza el discurso político de la película, algo (al menos, en opinión de quien escribe) mucho más interesante que cuando se aboga por un acercamiento de tipo social (mirada que, por la ausencia de grises, favorece muchas veces la aparición del maniqueísmo).

El resultado de todo ello, por elegante, expresivo y seguro de sí mismo, es magnético.

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